La derrota por la mínima en Tucumán dejó un score chico, pero también evidenció algunas dificultades del equipo: falta de ideas claras, recambio limitado y la sensación de que la identidad que lo hizo imbatible en otros tiempos hoy se diluye.

Marcelo Gallardo no lanza consignas heroicas como antes. Sus palabras ya no son arengas para la tribuna: “Tenemos que pensar que es posible”, dijo, buscando convencer primero a sí mismo y luego a sus jugadores. La frase refleja la realidad: la confianza en este River necesita pruebas concretas, más que slogans.

El partido en Tucumán mostró un equipo que empujó, especialmente en el segundo tiempo, pero sin la claridad de otros años. El rival, Palmeiras, supo replegarse y hacer sentir su jerarquía, dejando a River con una mínima ventaja que ahora se juega en San Pablo. Un gol separa las aspiraciones del CARP, pero el desafío va más allá del marcador: es un test de carácter y cohesión.

Gallardo se apoya en los destellos del segundo tiempo y en su experiencia para proyectar soluciones: cómo neutralizar a Vitor Roque y José López, cómo controlar el mediocampo y cómo recuperar la contundencia perdida. No hay certezas, pero sí un mensaje claro: el partido de ida no define nada y la serie sigue abierta.

Para River, esta revancha no es solo un duelo de fútbol: es una prueba de autoconfianza, de paciencia y de espíritu. Porque creer cuesta un poco más que antes, pero la historia demuestra que, cuando el equipo se libera de la presión y recupera su esencia, los milagros no son imposibles.