Era una persona común, que había pasado su infancia jugando al fútbol con amigos y ayudando a su familia en casa. Sin embargo, aquel día de 2007, mientras trabajaba en la vía pública pegando carteles, su destino dio un giro drástico cuando la camioneta en la que viajaba chocó contra un guardarrail en Liniers.
El impacto fue devastador. A consecuencia del accidente, Juan perdió su brazo derecho, su lado dominante. “Volví a nacer”, asegura, mientras relata los desafíos que enfrentó a partir de ese momento. La amputación fue solo el comienzo de una serie de obstáculos físicos y mentales que tuvo que superar. “Tenía que empezar de cero, pero con 23 años. Todo era complicado: atarme los cordones, cambiarme, bañarme…”, recuerda con una mezcla de tristeza y humor.

Pero más allá de las dificultades físicas, el verdadero desafío estuvo en la mente. La pérdida de su brazo lo sumergió en una profunda crisis emocional. “Se me cerraron muchas puertas, estaba en la calle, deambulando. Mi pareja estaba embarazada y tenía que buscar la forma de mantener a nuestra criatura. Fue muy duro, psicológicamente me tiró para atrás”, confiesa.
La vida parecía haberse detenido para Juan, quien llegó a encerrarse en su casa, evitando cualquier contacto con el exterior. Sin embargo, fue gracias a la insistencia de sus amigos y el apoyo incondicional de su familia que poco a poco comenzó a salir del pozo en el que se encontraba.
El destino quiso que, en una de esas salidas, Juan descubriera el taekwondo. Caminando por una avenida, escuchó gritos provenientes de un salón y su curiosidad lo llevó a subir las escaleras. Fue en ese momento cuando conoció a su entrenador, Eduardo Guzmán, y comenzó a escribir una nueva página en su vida. “Nunca imaginé que iba a meterme en este deporte, pero ahí arrancó mi historia deportiva”, comenta.
Sin saberlo, Juan había encontrado en el deporte un refugio y una fuente de motivación. A pesar de no existir el para-taekwondo en ese momento, comenzó a entrenar con luchadores convencionales, superando sus limitaciones físicas y demostrando que su discapacidad no era un impedimento para destacar en el tatami.
El camino no fue fácil, pero la perseverancia de Juan lo llevó a competir en torneos y a sobresalir en cada uno de ellos. Su esfuerzo lo catapultó a la élite del para-taekwondo, logrando clasificar a los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020, donde se quedó con la medalla de bronce en una pelea épica. “Fue único, lo viví con muchos nervios y tensión, pero fue hermoso”, recuerda con emoción.
Hoy, con 42 años, Juan Samorano se prepara para representar a Argentina en sus segundos Juegos Paralímpicos, esta vez en París 2024. A pesar de su edad, asegura que se siente más fuerte que nunca: “La edad no es un obstáculo para mí. Me siento bien, fuerte y tranquilo”.

Para Juan, el deporte fue mucho más que una disciplina; fue su tabla de salvación. “Empecé a hacer deporte como una terapia. Me dio tranquilidad saber que estaba haciendo algo por mí mismo. El deporte me hizo ser la persona que soy hoy. Me ayudó a tener una familia estable y a salir a la calle sin importar que me miraran”, reflexiona.
Ahora, con la mirada puesta en París, Juan buscará coronar su carrera con una nueva medalla, un símbolo de su inquebrantable espíritu de superación. Para él, cada golpe en el tatami es una victoria contra la adversidad, una muestra de que, cuando todo parece perdido, siempre se puede encontrar una nueva oportunidad para seguir adelante.
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