Su vínculo con el atletismo nació en San Luis, cuando fue alumno del histórico profesor *Toribio Mendoza. “Era una época de gloria… volvíamos de los Cuyanos con medallas para San Luis”, recuerda. Campeón provincial y cuyano juvenil de 100 metros y de la posta 4×100, aquel joven velocista no sabía que el destino lo llevaría por caminos impensados.

Entre estudios, sueños truncados y un exilio obligado, la vida lo llevó por España, la música, la arquitectura y el trabajo artesanal con madera. Después, la familia, el laboratorio de análisis clínicos con su esposa Graciela y sus hijos, y una vida en las sierras que parecía alejarlo para siempre de las pistas.

Pero el atletismo espera.
Siempre espera.

“Vivo en la sierra… y eso me dio la idea de volver. Mis piernas estaban acostumbradas a subir, a trabajar. Podía intentarlo otra vez”, cuenta. Y así nació su “pista secreta”: dos rectas de 50 metros construidas en el fondo de su casa, entre subidas, bajadas y cambio de dirección. “Nadie sabía de mi pista… hasta que un día se lo conté a Gra. Me dijo: ‘Yo te voy a ayudar’. Y ahí empezó todo de nuevo*”.

«La pista Secreta»

 

Entonces volvió a entrenar. Volvió también el dolor. Las lesiones. Las tendinitis. El esguince. El Aquiles. El PRP. “Cosas de la edad… mis tendones no estaban preparados para la potencia de la velocidad”.

Pero siguió. Siempre siguió.

Se inscribió en el Nacional de Concepción del Uruguay, y un desgarro en el cuádriceps casi lo deja afuera. Su kinesiólogo, Roberto, obró magia y lo recuperó en 15 días. En la carrera, cuando el psoas le gritó que parara, la voz de su compañera fue más fuerte:

“¡Seguí, Gus, seguí”.
Siguió. Y subió al podio.

Podio en el Sudamericano

Luego vino el sueño grande: el Sudamericano en Chile. Recurrió al gimnasio, a profesores que lo guiaron con dedicación, y a la ayuda inesperada del Club Alerces, donde encontró pista, entrenador y contención. “En el atletismo no hay mezquindades… hay hermandad”, dice.

 

Walter Marley lo entrenó. Mónica Couto presidenta del club Alerces, exatleta, lo corrigió y le devolvió confianza. Y en Chile, la pista lo esperaba como si nunca se hubiera ido.

«Entonces me anoté al Sudamericano en Chile. Los profesores del Gimnasio (CENAC)
Se pusieron todos encima mío, para ayudarme buscando lo mejor para lo que venía, el Sudamericano en Noviembre.
A todos les debo lo que hicieron, a Nico, a Fede, a Jere, a Maxi
Pero yo no tenía pista……..MERLO TIENE QUE TENER UNA PISTA DE ATLETISMO»

“Hice una salida perfecta… corrí seguro”, relata. Pasó a la final junto a Daniel, el salteño con quien formó una amistad instantánea. “Mañana hacemos uno-dos, me dijo”.

En la final, Daniel voló. Gustavo peleó hasta el último metro. Un brasileño lo superó en el cierre, pero el abrazo entre los tres sintetizó algo más grande que un podio.

“Esto es el atletismo. Hermandad pura. Supera fronteras, colores, razas, idiomas… saca lo mejor de cada uno”.

Y así, a sus 77 años, aquel chico que corría por San Luis volvió a pisar una pista internacional. Volvió con dolores, claro. Pero volvió con algo que no tiene edad: la pasión intacta.

Porque algunos atletas no envejecen… solo se vuelven leyenda.