En el libro Maradona en La Pampa, el periodista Diego Dal Santo narra con precisión los días en que «El Diego» se reconectó con sus raíces, entrenando en la estancia “El Marito”, un lugar sencillo pero cargado de simbolismo, a 63 kilómetros de Santa Rosa.
Una invitación inesperada
La estancia “El Marito” era todo lo que Diego necesitaba en abril de 1994: calma, espacio y un entorno que evocaba su infancia en Villa Fiorito. Ángel Roza, dueño del campo, había ofrecido el lugar en una charla casual años atrás. “Si querés desconectar, mi estancia está disponible”, le dijo. Cuando Maradona buscaba el sitio ideal para prepararse de cara al Mundial de Estados Unidos, ese ofrecimiento resurgió, imponiéndose sobre opciones más lujosas.
“Diego quería un lugar donde ser anónimo otra vez”, explica Dal Santo. Y “El Marito”, con su ambiente rústico y alejado de todo, le ofrecía justo eso: un regreso a la esencia.
La rutina del campeón
Bajo la guía del preparador físico Fernando Signorini, Maradona se sometió a un régimen intenso. Entre piques en el campo, trotes bajo cielos estrellados y entrenamientos improvisados con estacas hechas a mano, el astro se transformó física y mentalmente. «Llegó con un leve sobrepeso y volvió con resultados similares a los que tenía en Barcelona en 1982», relata el periodista.
Pero no todo fue trabajo. Las noches en “El Marito” se llenaban de risas, partidas de truco y asados hechos al piso por Don Diego, su padre. “Era un ambiente familiar, íntimo. Diego volvió a ser el pibe humilde de Fiorito”, comenta Dal Santo.
Los gestos que marcaron esos días
A pesar de buscar privacidad, Maradona nunca olvidó a los demás. Visitó escuelas rurales, jugó picados improvisados y compartió meriendas con niños que vivían semanas enteras lejos de sus familias. Una anécdota se destaca: durante una crisis de abstinencia, Diego despertó a Signorini y juntos salieron a correr bajo las estrellas. “Corrió hasta que el cuerpo le ganó a la mente. Luego, me dijo: ‘Ya está, ya pasó’”, recuerda su preparador.
Un legado entre el anonimato y la grandeza
Lo más fascinante de esta etapa es lo poco documentada que está. Salvo algunos videos y fotos, los días de Maradona en La Pampa permanecen en la memoria de quienes lo vivieron. Según Dal Santo, ese es el verdadero encanto de esta historia: “Diego fue feliz allí, lejos de las cámaras, volviendo a ser simplemente él”.
En medio de aquel paisaje, Maradona encontró un fragmento de la vida que siempre añoró, un momento de calma antes de la tormenta. Y aunque el desenlace del Mundial 94 dejó un sabor agridulce, los días en “El Marito” quedarán grabados como un capítulo único en la vida de un hombre que, aunque se convirtió en leyenda, nunca dejó de ser humano.
Dejar un comentario