Desde llorar solo en Europa a los 14 años, hasta correr fracturado o cocinar arroz con una pava eléctrica, estas 10 historias revelan el lado más humano del piloto que volvió para quedarse.

Franco Colapinto vive el sueño de millones: ser piloto titular en la Fórmula 1. A sus 21 años, el joven de Pilar regresa a la Máxima con Alpine, respaldado por un contrato de cinco años, una base en Mónaco, y un fenómeno popular en Argentina comparable a las épocas doradas del automovilismo nacional. Pero antes del glamour, los sponsors, las cámaras y el mate en los boxes, hubo una historia silenciosa tejida con esfuerzo, humildad y momentos que reflejan la pasta de campeón que lo define. Estas son diez historias que pocos conocen y que explican por qué Colapinto es mucho más que un talento al volante.


Alumno top para ingresar al Instituto Techint

Antes de ser piloto, Franco soñaba con ser mecánico. Eligió ingresar al Instituto de Educación Técnica de Techint, donde el ingreso era de los más exigentes del país: se presentaban miles y quedaban menos de cien. Con solo 12 años, y con su hermanita Martina en brazos, su madre Andrea lo acompañó al curso preparatorio. Ingresó, aprobó… pero no duró mucho. Los viajes internacionales por el karting lo obligaron a dejar. Años después, terminó el secundario en su querido Colegio del Pilar.


El desarraigo de los 14: lágrimas en Europa

Con apenas 14 años, se mudó a vivir solo a una fábrica de karting en Europa. Sin idioma, sin familia, rodeado de adultos y en un entorno desconocido. “Lloraba”, admitió alguna vez. Lo más difícil fue la soledad y el choque cultural. Cuando su papá Aníbal le propuso volver en dos años, Franco fue claro: “No, papá. Esto es lo que quiero. Me la voy a bancar”. El padre vendió una casa para que pudiera competir. Esa decisión cambió sus vidas.


El campeón que cocinaba arroz en una pava eléctrica

En sus primeros años en España, no sabía cocinar. En un llamado telefónico, Andrea lo escuchó frustrado porque no podía cocinar arroz. Al ver la escena por videollamada, entendió: Franco intentaba hacerlo en una pava eléctrica. Años después, le encontró medio kilo de arroz y un tenedor en la mochila. Su otra “riqueza” eran las monedas que recolectaba para comprar frutas. Tenía tarjetas, pero nunca las usaba. “No quería complicarnos”, recuerda su madre.


Una carrera con la nariz rota y sin anestesia

En 2020, mientras andaba en bicicleta por Mónaco, sufrió una caída que le destrozó la nariz. La policía lo asistió en francés, él no entendía nada. Terminó en una ambulancia, con la cara ensangrentada. En el hospital lo cosieron, pero no le tocaron la nariz. Al día siguiente corrió en Paul Ricard con un ojo hinchado y la nariz rota. Luego lo operaron… sin anestesia. Si la usaban, debía ausentarse de la siguiente carrera. Fue, según él, “el peor dolor de su vida”.


Ganar en Monza… ¡fracturado!

En 2023, ya en la Fórmula 3, sufrió otra caída en bicicleta. Esta vez, se fracturó la clavícula derecha. Cualquiera habría parado. No Franco. Compitió así en Monza y ganó. Lo hizo sin ensayos previos por falta de presupuesto y contra pilotos con mayor rodaje. Su espíritu de lucha lo convirtió en referente y símbolo para miles de jóvenes argentinos que empezaron a madrugar para verlo correr.


Un mensaje de Bizarrap que lo salvó

En 2024, cuando parecía que no podría terminar la temporada de F2, el fenómeno Colapinto ya había explotado en redes. Fue entonces que Bizarrap, amante del automovilismo, se enteró de su situación. Le escribió por Instagram, luego por WhatsApp, y activó una red de apoyo con empresas argentinas. Fue un punto de inflexión: llegaron los “unicornios” y con ellos, el salto definitivo.


El «no» a los protocolos: su frescura ante la prensa

Franco es distinto. No mide sus palabras para quedar bien. Lo demostró en Las Vegas, cuando después de un choque brutal, caminando hacia boxes, soltó un “¡qué olor a porro!” que se volvió viral. Rompe con el guion y refresca el ambiente con su carisma y autenticidad. Es un revival de los pilotos de los ‘70 y ‘80: directos, humanos, sin